La reciente noticia sobre una profesora agredida por un estudiante autista en un colegio de Ñuble ha sacudido a la comunidad educativa y a muchas familias. Como madre de una niña y un niño dentro del espectro, como docente y como gestora de innovación, no puedo mirar esta situación con indiferencia. Me duele, me inquieta, y sobre todo, me moviliza.
No se trata de justificar la violencia, pero tampoco de quedarnos en juicios rápidos o titulares alarmistas. Detrás de cada situación compleja hay una historia no contada, una necesidad no escuchada, y un sistema que, aún con buenas intenciones, no logra sostener a quienes más lo necesitan. Es hora de hablar en serio de inclusión: no como eslogan, sino como compromiso real.
Cuando el aula no contiene
Los docentes están sobrepasados. Lo veo cada día. Se les exige que diagnostiquen, contengan, incluyan y enseñen… todo al mismo tiempo, pero sin la formación, los tiempos ni los apoyos adecuados. Cuando llega un estudiante que se regula distinto, que necesita anticipación o que se abruma con los ruidos del entorno, es común que no sepan por dónde empezar. Y esa incertidumbre afecta a todos: al docente, al estudiante y a su familia.
Muchas veces, las normativas llegan antes que la capacitación. Se modifica una Ley, se publica un Decreto, y luego se espera que las escuelas sepan implementarlo con lo que tienen a mano. Así fue como nuestras aulas comenzaron a abrirse a la inclusión, generando nuevas oportunidades para familias como la mía, que antes sólo conocían el rechazo.
Pero el sistema no estaba preparado. Ni los espacios físicos, ni los equipos docentes, ni los recursos de apoyo. Todo se ha ido construyendo sobre la marcha, muchas veces con más voluntad que herramientas. Y eso ha sido, para muchos, estresante, desgastante y profundamente doloroso.
¿Es Chile un país inclusivo?
Chile ha dado pasos importantes en materia de inclusión educativa. La Ley de Inclusión Escolar (20.845) eliminó la selección y el copago en colegios subvencionados, promoviendo mayor equidad en el acceso. Más recientemente, la Ley TEA (21.545) vino a visibilizar y resguardar los derechos de las personas autistas, estableciendo la obligación de promover ajustes razonables, capacitación para el personal educativo y entornos más respetuosos de la neurodiversidad.
Pero tener leyes no es lo mismo que tener condiciones. En la práctica, la inclusión muchas veces sigue dependiendo de la voluntad individual más que de una estructura sólida que la sostenga. Hay estudiantes que son retirados del aula tras una desregulación, que participan sólo de forma parcial o simbólica, o que no encuentran en la escuela un espacio seguro donde puedan ser ellos mismos.
Seguimos pensando en adecuaciones curriculares como si fueran una excepción, cuando en realidad deberían ser parte de una planificación habitual, flexible y diversa. Aún falta avanzar desde el discurso a la acción: necesitamos formación docente continua, recursos especializados, equipos de apoyo estables y tiempo para que esa inclusión que se promueve desde la normativa pueda hacerse realidad en la sala de clases.
Porque la inclusión no puede ser un acto de buena voluntad: es un derecho. Y como todo derecho, necesita garantías reales para cumplirse.
Enseñar para todos
A lo largo de mi carrera he aprendido que no hay una sola forma de enseñar ni una sola forma de aprender. El Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA) me ha enseñado a planificar pensando desde la diversidad, no desde una idea ficticia de normalidad.
El DUA propone algo simple pero poderoso: dejar de hacer adaptaciones a última hora y diseñar desde el inicio para todos, considerando diversas formas de acceder, expresarse y participar. No se trata de bajar la exigencia, sino de ofrecer más caminos para alcanzar las mismas metas.
Cuando usamos apoyos visuales, anticipamos cambios, diversificamos las formas de participación y validamos distintos estilos, el aula se transforma en un lugar más justo. Más humano. Y no solo para los estudiantes neurodivergentes: para todos.
Formación que acompaña, no que etiqueta
No basta con saber qué es la neurodiversidad. Se necesita formación docente que vaya más allá de lo técnico y que permita leer la conducta desde la empatía, diferenciar una desregulación de una mala actitud, y acompañar sin infantilizar ni romantizar.
Incluir no es tener paciencia. Es tener preparación, compromiso y mirada ética. Es preguntarnos todos los días qué barreras podemos remover desde nuestro rol.
Dos miradas, una misma convicción
Desde el otro lado, como mamá, sé muy bien lo que es ir a una reunión con temor a lo que te van a decir. Las familias no llegamos al colegio a imponer, llegamos buscando apoyo, comprensión, un trabajo en equipo.
Como docente, tengo claro que cuando una escuela se abre al diálogo, cuando se valora lo que la familia puede aportar sobre su hijo, el impacto positivo es enorme. A veces no se necesitan grandes cambios, solo escuchar con empatía y ajustar lo necesario para que el niño se sienta seguro.
Vivir esta experiencia desde los dos lados no ha sido fácil, pero sí muy valiosa. He llorado en reuniones, he sentido impotencia, pero también he encontrado educadores que han hecho la diferencia con pequeños gestos. Que han mirado a mis hijos como personas, no como diagnósticos. Y eso, para una mamá, vale más que mil certificados.
|